lunes, 13 de agosto de 2007

Tres Historias de Buenos Aires: El velorio del Enzo

Todo empezó en el velorio del Enzo.
Vino Cholo, compungido hasta la médula, y me abrazó de tal manera que casi escupo los pulmones.
No puedo precisar por qué, pero me resultó un poco raro que se me quedara colgando del hombro izquierdo, moqueándome el homóplato, sin levantar la vista durante tanto tiempo. Llegado un momento fueron varios los que pararon de chusmear barbaridades del pobre muerto para darse vuelta a mirar qué mierda le pasaba a Cholo.
Tipo raro, Cholo. Siempre calladito. Verdaderamente era algo así como la mascota del grupo. El Enzo se la pasaba cargándolo y pegándole palmaditas en la cabeza. Cholo se reía, porque adoraba al Enzo, pero a mí muchas veces me daba lástima. Es verdad que el Enzo lo quería, pero parecía creerse su dueño y más de una vez, estoy segura, lo lastimó. No con las palmaditas. El Enzo era bestial cuando empezaba a gastar. Y Cholo demasiado débil para defenderse. El resto se cagaba de la risa y eso era suficiente para los dos.
Quién sabe cuál de nosotros hubiese ocupado el lugar de Cholo si no lo hubiéramos conocido. Tal vez Normita, que era tan histérica. O yo, gorda y sin tetas... Pero no. A último momento entró Cholo, grandote y tímido, y hasta el profesor nos dio la bienvenida a la secundaria tomándolo para el churrete a él.
El Enzo siempre jodía con que, si se moría, quería que en su velorio todos estuviéramos contentos. Yo le decía que igual él iba a ser el último en morirse y se reía. Todos nos reíamos, y en esos momentos Cholito se le ponía al lado, serio, y le pegaba una piñita en el brazo.

Ahora lo tenía al loco Julio y a Normita mirándome fijo, al Cholo encima mío, que pesaba una tonelada, y a uno de los dedos entrecruzados del Enzo señalándome. De pronto el peso de Cholo me tiró al suelo, se me oscureció todo y sólo escuché, a lo lejos, la voz de Carlucha que gritaba ESTÁN MUERTOS, ESTÁN MUERTOS. Me acuerdo que pensé ¡No lo puedo creer! ¿Y por qué me morí?

Al fin me desperté. Los clásicos azulejos deprimentes de las casa velatorias me hicieron de custodia hasta que Carlucha y el loco Julio se avivaron y me abrazaron llorando. ¿Qué me pasó? pregunté riéndome. Pelotuda que soy que pensé que lloraban por mí.
Se miraron. Carlucha parecía preguntarle algo al loco con la mirada. El loco pareció responder que sí, serio como nunca. Me tenían las bolas llenas con tanta pregunta muda así que dije ¿
se calmó Cholito?
Si...
susurró Carlucha, mirandose la punta de los zapatos y empezando a llorar desenfrenadamente. Entonces el loco dijo, muy bajito... Cholito se calmó.
Y más bajito
... Cholito se murió.