sábado, 26 de julio de 2008

Largos viajes hacia la noche

Desde que tengo memoria, mis días fueron largos viajes hacia la noche. Porque a la noche me despertaba.
Durante el día, iba contando los minutos, inconcientemente, para que todo se callara.
Y cuando todos se iban a dormir, yo me sentaba a dibujar, a escribir, a pensar.
Al otro día me tenía que despertar temprano y vivía dormida. De día. Y en cuanto podía me dormía una siesta en medio de una clase, a la hora del almuerzo o en el colectivo, de vuelta a casa. Y lo que me costaba resolver durante el día, a la noche lo solucionaba muy relajada.
Pasado y presente, porque me sigue pasando.
Ahora, de todas formas, me duermo bastante temprano por el cansancio; pero me queda una sensación de desperdicio, de pérdida de tiempo y de ideas.
Sigo viajando hacia la noche. Cada día. Pero cuando llego, no me bajo.

martes, 17 de junio de 2008

Distancias

Es extraño sentirse lejos. Quizás me sucede desde hace bastante tiempo y no quise verlo. A veces hago esas cosas. Niego, es evidente. Pero la negación tiene un vencimiento.
Ahora noto la distancia. No las diferencias. Las diferencias enriquecen las relaciones. La distancia la pone la forma extrema de pensar, de hablar, de juzgar.
Y entonces, cuando siento rotundez en las palabras del otro sobre situaciones que me atañen, ¡piuuuuuum! me alejo inmediatamente.
Y me invade una tristeza difusa, confundida.
Cuando pasa el tiempo me doy cuenta, ¡upa, que soy viva! que todo se va modificando. Que las relaciones cambian, la gente elige cosas muy distintas a lo que una elige y a veces eso se hace complicado de manejar.
Yo también soy rotunda en muchas cosas, poco tolerante. Es cierto. Pero no acostumbro ponerme a dar cátedra sobre lo que pienso que está bien o que está mal.
Tal vez la equivocada sea yo. Quizás sea un poco paranoica, también.
Pero la verdad es que cada vez que alguien da una opinión categórica sobre algo que me toca a mí, me rompe las pelotas. De hecho, en realidad creo que me rompe las pelotas porque me doy cuenta que me aburro.
Que la soberbia del otro de creer que lo que está diciendo es lo que vale, me duerme.
Y eso me entristece.
Y me aleja.