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jueves, 19 de agosto de 2010

Las Mamás del Jardín

Otro de los temas que rondaban mi mente en la previa del comienzo del jardín de Cami eran las mamás.
Las Mamás del Jardín.
El clásico "me lo dijo una mamá del jardín", o "una mamá del jardín es arquitecta y dice que..." eran formatos de frases que me ponían un poco alerta.
Pero aparte, como plus agregado y, por qué no, prejuicioso, estaba el hecho del jardín judío.
No uno así nomás. Judío.
Fantasías, y prejuicios, merodeando en mi cabeza, haciéndome arrepentirme de antemano al imaginarme a esas chicas de country, vestidas con camperas de leopardo y pelos platinados, cadenitas doradas y carteras imitación (pero imitaciones buenas, las compré en New York) Prada o Vuitton, hablando de spas, dinero y problemáticas con la mucama.
Prejuiciosa.
Me hago cargo.
Primero porque sé, lo sé, que tener un saco aleopardado, usar stilettos con calzas negras brillantes, y/o tener una cartera imitación (buena), en nada modifica que una persona sea copada o no. Sí, sé que está de más hasta la explicación, pero no podía dejar de hacerla después de haber contado mis prejuicios ante el caso.
Segundo porque por ahora no me encontré rodeada de chicas barbies (que por supuesto a esta altura ya quedamos en que no hubiera sido un problema) si no más bien lo contrario. Pibas muy sencillas y, después de unas cuantas charlas, tan reas como puedo ser yo.
Ya casi que tengo un grupo de amigas de las mamás del jardín!
Uffffff, qué bueno.
Qué bueno tener pensamientos boludos, saberse boluda por tenerlos y confirmarse bastante boluda, pero al menos consciente, después de experimentar lo contrario a lo que se temía.
En fin, Cami contenta con su jardín, mamá contenta con las mamás del jardín.

martes, 27 de julio de 2010

Cadena

Abrir. Mirar.
Soltar. Soltarse.

Aquietarse. Saber. Yo soy.

Soñar. Reírse. Vivir. Reírse.
Limitar. Acceder.
Caminar. No temer.
Traspasar. Dejar atrás.

Aceptar. No sufrir.
No enojarse. No enojar.

Sonreír, gritar risa, correr riendo
dormir riendo.
Vivir riendo.

Eso quiero.

lunes, 18 de enero de 2010

Desencuentro

Quisiera salir en esta plena noche de lluvia, tomar carrera, brazos hacia atrás, mucho aire, gritar "RAIIIIIIIIIIIIIIIIIISAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA" con todo mi ser y que vengas corriendo, contenta, al abrazo interminable.
Pero no. Ya lo hice y no me escuchaste.
Pienso en vos. Pienso en vos. Pienso en vos.
Que estés bien, que se te esté pasando el susto, que me busques y me busques, y nos encontremos.
Lloro.

lunes, 31 de agosto de 2009

El nombre de Cosito

Es Lautaro.
¡Y le queda perfecto!

viernes, 21 de agosto de 2009

Lecciones

Me pregunto cuántas veces yo seré igual de metida, sin darme cuenta.
En cuántos momentos me pondré a opinar, a aconsejar como suegra mala onda, aunque con la mejor de las intenciones.
Porque eso es lo que pasa: uno aconseja siempre desde el cariño, el cuidado hacia el otro, partiendo de una autorreferencia.
Y, lamentablemente, generalmente las autorreferencias no son bien recibidas desde el otro lado, sobre todo si son negativas.
Hoy ya me venía craneando sobre una amiga, una gran amiga, que ultimamente me aconseja aleccionándome, y retándome si viene a su caso, según sus propios niveles de pensamiento. Y como vengo bastante bien adiestrada con el libro "Guía Inútil para Madres Primerizas", de Ingrid Beck y otra chica que ahora no recuerdo, que habla sobre la maternidad y sus aledaños, pero que yo extendí hacia el resto de la vida, me reía imaginando qué pasaría si todas las personas a las que ella juzga y comenta, le dijeran cada cosa que piensan acerca de cómo cría a sus hijos, cómo maneja su carrera, qué relación tiene con su marido, lo bien o mal que le terminaron la casa...
Sin embargo, calculo que a nadie le interesa hacerlo, porque usualmente cada uno observa al otro y respeta las formas.
Hoy a la noche, en medio de un cumple tranquilo y relajado, el marido de mi amiga me invitó a sentarme al lado suyo para preguntarme qué tal iba la obra, y a partir de ahí aleccionarme sobre la cantidad de veces semanales que tengo que ir, predecir que era probable que me dejaran la casa tan mal como les había quedado a ellos, analizarme sosteniendo que yo no me peleaba con los constructores porque ellos tenían mi plata (!!!???)
Y, basicamente, mirarme seriamente los dos, casi con pena, y decirme que no me angustiara, que no querían generar una pelea entre Leandro y yo por este tema. (Requete !!!???)
Ehhhhhhhhh??????????
Jajajajajaa, no, la verdad que no me angustia fue mi respuesta sincera. Después, igual, le pregunté a Leandro si le parecía que fuera a ser así, más allá de todo lo que a nosotros nos puede gustar más, o menos de la forma de manejarse de los constructores. Y no, claro que no.
Pero igual, como ya venía pensando a la tarde sobre estas formas de mi amiga, que ahora se potenciaron con las de su marido, realmente me pregunto cuántas veces yo seré igual?
No, no. Decididamente, voy a estar más atenta. No quiero ser así. Ni por un minuto.
Porque, más allá de quererla con el alma, a veces, con estas cosas, se me van las ganas de verla.
Avisenme, eh, si me zarpo así.

martes, 17 de junio de 2008

Distancias

Es extraño sentirse lejos. Quizás me sucede desde hace bastante tiempo y no quise verlo. A veces hago esas cosas. Niego, es evidente. Pero la negación tiene un vencimiento.
Ahora noto la distancia. No las diferencias. Las diferencias enriquecen las relaciones. La distancia la pone la forma extrema de pensar, de hablar, de juzgar.
Y entonces, cuando siento rotundez en las palabras del otro sobre situaciones que me atañen, ¡piuuuuuum! me alejo inmediatamente.
Y me invade una tristeza difusa, confundida.
Cuando pasa el tiempo me doy cuenta, ¡upa, que soy viva! que todo se va modificando. Que las relaciones cambian, la gente elige cosas muy distintas a lo que una elige y a veces eso se hace complicado de manejar.
Yo también soy rotunda en muchas cosas, poco tolerante. Es cierto. Pero no acostumbro ponerme a dar cátedra sobre lo que pienso que está bien o que está mal.
Tal vez la equivocada sea yo. Quizás sea un poco paranoica, también.
Pero la verdad es que cada vez que alguien da una opinión categórica sobre algo que me toca a mí, me rompe las pelotas. De hecho, en realidad creo que me rompe las pelotas porque me doy cuenta que me aburro.
Que la soberbia del otro de creer que lo que está diciendo es lo que vale, me duerme.
Y eso me entristece.
Y me aleja.